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  1. Castroforte del Baralla
    27 de junio de 2012

    Uno de los pensamientos que posiblemente a toda persona que le gusta escribir se le ha pasado por la cabeza es el de que viviendo donde vive o habiendo nacido donde ha nacido jamás podrá contar historias como lo han hecho los grandes escritores que admira. Es decir, no solo cualquier tiempo pasado fue mejor; también cualquier otro lugar. Aquí nunca pasa nada y todo lo que merece ser escrito parece que ya se ha escrito antes y mejor.



    En el siguiente fragmento de Augusto Monterroso, perteneciente a Los buscadores de oro, una pequeña obra autobiográfica, tenemos precisamente la opinión de un escritor que parece haber pasado por eso, del que se intuye que conoció ese sentimiento.


    Estoy convencido de que para quien en un momento dado, de pronto o gradualmente, decide que va a ser escritor, no existe diferencia alguna entre nacer en cualquier punto de Centroamérica, en Dublín, en París, en Florencia o en Buenos Aires. Venir a este mundo al lado de una mata de plátano o a la sombra de una encina puede resultar tan bueno o tan malo como hacerlo en medio de un prado, en la pampa o en la estepa, en una aldea perdida de provincia o en una gran capital. Enfrentar el mosquito anófeles del paludismo en una aislada población del trópico o los bacilos de Kock en Praga puede, es verdad, determinar el curso que seguirá su vida, acortar esta o hacerla insoportable y melancólica, pero no impedirle concebir ideas originales y formularlas en frases brillantes o, para el caso, salvarlo de pensar tonterías y exponerlas en frases torpes. El pequeño mundo que uno encuentra al nacer es el mismo en cualquier parte en que se nazca; solo se amplía si uno logra irse a tiempo de donde tiene que irse, físicamente o con la imaginación.


    Augusto Monterroso, Los buscadores de oro


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